Esta soy yo, son mis pensamientos, mis ilusiones, mis sueños en definitiva, os presento mi mundo, que espero que os guste y seáis muy felices en mi pequeño rincón de la fantasía y la magia...

domingo, 25 de agosto de 2013

UNA LEYENDA












             El ascensor se paró y cuando las puertas comenzaron a cerrarse, una mano se introdujo entre las dos hojas, que retrocedieron rápidamente, y con una grácil pirueta un joven se plantó en mitad, con un fuerte impulso que hizo que mi cabeza chocase con la pared posterior del elevador, comenzando una caída grotesca e irremediable hacia el suelo.
Todo sucedió a cámara lenta, y lo que fueron unos segundos, se convirtieron en muchos minutos.
No sé qué cara puse pero si vi la de él. Era una mezcla entre sorpresa, susto, dolor e incluso pena, al verme caer de aquella forma tan aparatosa.
El ascensor seguía elevándose mientras yo intentaba aferrarme a algo para levantarme dando manotazos al aire sin conseguirlo.
Él lanzó sus manos para intentar sujetarme y lo único que consiguió fue agarrar mi precioso vestido de lino abotonado de arriba a abajo, que se rasgó dejando al descubierto toda mi ropa interior: Un coqueto conjunto de color turquesa.
Al ver lo que estaba pasando, mis ojos se abrieron saliéndose de las órbitas, dejando de dar manotazos y sujetando lo poco que podía salvar de mi vestido y de mi dignidad.
Por fin caí al suelo quedando sentada y mirando a mi agresor que pasaba su mirada desde mi cara a su mano, donde tenía mi vestido destrozado, y tan sorprendido como yo.
Era una situación surrealista y absurda. De pronto su mirada se quedó fija sobre mí. Miré hacia donde enfocaba sus ojos y vi que uno de mis pechos se había salido del sostén y se exhibía orgulloso, como si estuviese asomado a un balcón, con su rosada guinda señalando con descaro, oteando el horizonte y muy orgulloso de su hazaña.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente y todo el susto se fue transformando en vergüenza y azoramiento.
El pobre no había articulado palabra, ni yo tampoco, solo leves gruñidos y ruidos sin significado coherente pero que no necesitaban traducción.
Ahí estaba yo, sentada en el suelo, solo con mi ropa interior, un pecho al aire y mi cara a la altura del paquete de mi agresor, que parecía que tuviese vida propia, puesto que cada vez se hacía más y más grande, llegando a tocar mi frente.
Intenté levantarme, para lo cual me aferré a sus nalgas, y cuando intenté levantarme, el ascensor se paró en algún piso, ya ni recordaba donde estábamos.
Con la inercia, quedé de rodillas frente al muchacho que intentaba sujetarme por los brazos  para levantarme y que al caer de nuevo, se soltaron sus manos quedando sobre mi cabeza.
El ascensor paró, estábamos en el piso diecisiete, la redacción del periódico.
Una redacción abierta donde desde cualquier escritorio se podía ver la puerta del ascensor.
Las puertas se abrieron. Primero dos cabezas, después cuatro y en menos de un minuto toda la redacción estaba en silencio mirando hacia nosotros dos. La escena era indescriptible.
Él de espaldas a la gente, con mis manos en su culo y las suyas en mi cabeza, el vestido, el bolso y el portátil en el suelo, al apartarse la cosa no mejoró, yo en ropa interior, con un pecho fuera y de rodillas frente a un abultado paquete, que ya casi pedía socorro intentando salir de su prisión.
Yo quería morirme, desaparecer en ese mismo instante, ser tragada por la tierra o que el ascensor cayese en caída libre hasta el sótano, para que fuese una muerte rápida, y morir habiendo sido una leyenda, porque aquello se convertiría en todo un acontecimiento con un final  muy digno.
No sucedió nada de lo que yo deseaba y seguro que mi acompañante pensaba algo parecido.
Como pude me puse en pie, metí mi explorador pecho en el precioso y pequeño cubículo, de dónde no debería haber salido, mi agresor recogió mi vestido del suelo y con muy poco arte intentó taparme con él, no consiguió hacer nada, así que se lo quité de las manos y me lo puse de pañuelo por el cuello, echándolo hacia atrás como sí se tratase de una estola. Su cara de sorpresa y una mirada cómplice hicieron el resto.
Se agachó a recoger mi portátil y mi bolso, que se colgó de su hombro y me ofreció su brazo para salir de allí enhebrados, como si fuésemos a entrar en una recepción en palacio, y de esta guisa recorrimos toda la redacción tan dignamente como pudimos, pasando ante los estupefactos ojos de los que allí se encontraban.
Llegamos hasta el despacho del director, delante de cuya puerta nos paramos,  para leer lo que ponía en la inscripción.



Esther Medina
Directora


Así fue mi primer día en mi nuevo trabajo como directora en el periódico y como conocí al que más adelante sería mi novio y consejero.

viernes, 23 de agosto de 2013

¿ SU FANTASÍA?








Cuando entramos en el piso, en la misma puerta tenía preparado un pañuelo de seda, que sin decir ni media palabra me colocó en los ojos, para que no viese nada.
No me hacía demasiada gracia ese juego, pero se le veía tan entusiasmado con todos los preparativos que había hecho, que le dejé hacer.
Me agarró por los hombros y con mucha suavidad me dirigió hasta el centro del amplio salón y con sumo cuidado me sentó en una silla.
Entonces me di cuenta del agradable olor que inundaba la habitación y que antes no había percibido, olía a vainilla.
El dulce olor que me evoca a él, a la suavidad de su piel, a momentos íntimos de pasión, caricias y que con su simple presencia hace que todo mi cuerpo  despierte y le desee.
Se lo dije, y con un susurro que me sorprendió, porque no me había dado cuenta de que estaba detrás de mi, me pidió silencio y que no me moviese de la silla, a lo cual accedí, no sin antes intentar protestar, pero solo fue un intento, puso su dedo en mis labios y no pude decir nada. Me empezaba a divertir la situación.
Intentaba adivinar donde se encontraba, porque oía sus pasos como se acercaban y se alejaban de mi. Esa sensación de incertidumbre, de no saber cuando me iba a tocar, unido al aroma de vainilla, me estaba empezando a poner nerviosa, y muy expectante.
Iba y venía, cada vez que pasaba a mi lado me daba un beso en un hombro, en el otro, en el cuello, en los labios, que yo trataba de que se alargase en el tiempo, intentando atraparlo con todas mis fuerzas, entonces me decía susurrando que me iba a atar las manos si seguía así. Yo me quedaba quieta.
Sentí como iba a la cocina, y como trasteaba en la nevera, con los cubiertos, con los vasos… pero no decía nada. Puso música, nuestra canción favorita, y entonces deseé que se acercase y que me abrazase para bailar, pero no sucedió.
Se acercó, me dio un beso fugaz en los labios, con sus labios calientes y acto seguido me acercó una cucharilla con helado de limón, el contraste me sorprendió, frío y ácido frente a la calidez de sus labios, era delicioso. Alternaba uno y otro y yo lo esperaba con verdadero deseo. Primero helado, luego un beso, helado y …. un beso de cava!!.
De sus labios calientes cayó cava frío, que ante la sorpresa inicial rebosó y cayó por mi escote, esa sensación del frío recorriendo mis senos, la música, el olor a vainilla, su respiración cada vez más agitada al ritmo de la mía, acabó con el juego de los sabores y empezó el juego del deseo, en el suelo.
Nuestros cuerpos pedían a gritos estar juntos, humedeciéndose, preparándose para ser solo uno, y comenzó a beberse el cava de mi cuerpo, buscando en todos los rincones donde se escondía el frío líquido al caer, cada vez que intentaba beberlo de su boca, sin mucho éxito.  Eso si, no me quité la venda, el efecto sorpresa, me estaba gustando tanto que seguí con ella puesta y, aunque no era parte del juego, logró sorprenderme con sus exploraciones sorpresa…
Fue impresionante, los lugares increíbles en los que se puede esconder un líquido y que con un simple roce de su boca, me hacía  gritar de placer, casi me vuelvo loca, los gemidos se volvieron gritos y la explosión de pasión y de deseo fue casi agónica, cayendo los dos extenuados, con la respiración entrecortada y sin apenas aliento. Espectacular.
Fue una noche inolvidable, solo por la mañana, cuando despertamos abrazados, al darle los buenos días con un beso, de su boca salió un reproche.
Estuvo toda la mañana de compras, eligiendo diferentes sabores, texturas y alimentos para realizar su fantasía, ( le encanta nueve semanas y media ) y solo con dos cositas...
Por la noche, cuando él llegó, yo estaba en la silla sentada en la mitad del salón con los ojos vendados,  y … olía a vainilla.
No vi su expresión al verme, pero me la imagino.

jueves, 22 de agosto de 2013

COMO SI FUESE LA PRIMERA VEZ






Allí estaba, hermoso, bello, imponente y orgulloso. Lo vi a lo lejos y mi corazón comenzó a palpitar como un caballo desbocado, mientras torpemente caminaba hacia él, sin apartar la vista, no quería perderme ningún detalle de aquel esperado y deseado momento.
La distancia disminuía y la brisa me acercaba el suave rumor de sus susurros y todo mi cuerpo respondía a aquella llamada.
Cuando llegué frente a él, mi respiración estaba entrecortada y las palabras no salían de mi boca, todo en mi se paralizó, solo deseaba que recorriese todo mi cuerpo, que me cubriese entera, y como si de una orden se tratase,  comenzó a acariciarme los pies.
Un escalofrío me recorrió toda la espalda con el primer contacto, haciendo de su humedad parte de mi cuerpo con caricias suaves y poco a poco fue conquistando todo mi ser, sin remilgos, sin pedir permiso, sin piedad y yo me dejaba hacer, sin oposición, cerrando los ojos para saborear aquel momento, aquel abrazo embriagador que me cubría entera.
Sintiendo con todo mi cuerpo toda su fuerza en cada embestida, cada vez más penetrante y salvaje hasta que perdí mis sentidos y el equilibrio, fue entonces cuando hizo de mi lo que quiso, estaba allí a su antojo, y no me importaba, le dejé que me mostrase todo su poderío.
Llevaba mucho tiempo esperando aquel momento, quizás habían pasado un par de años, como para oponer resistencia, lo que no recordaba es que me costase tanto meterme en el mar, la impresión que me causaba…. Y estaba tan hermoso como lo recordaba. 

lunes, 11 de marzo de 2013

SUPERVIVIENTE



Deslizaba lentamente sus manos por la larga y esbelta pierna, mientras subía muy delicadamente la media hasta el muslo, con cuidado de que la raya negra posterior quedase perfecta. Sujetó el liguero negro  en la blonda con mucha destreza, las utilizaba habitualmente, le hacía sentir muy sexi y segura y hoy más que nunca deseaba sentirse así.
Se enfundó el entallado vestido negro que se ajustaba a su cuerpo como si estuviese pintado sobre él y destacando las vertiginosas curvas de su cuerpo. Cuando terminó de colocárselo, se calzó unos impresionantes zapatos negros de salón con tacón de aguja, que estilizaba aún más si cabe su espectacular figura.
Cepilló su abundante melena negra y rizada, pasándola de un lado al otro de sus hombros, cayendo como una cascada, retocó su maquillaje, y mirándose en el espejo, se observó y ensayó una sonrisa seductora. Le gustaba lo que veía.
Se enfundó en su abrigo entallado de color magenta y cogió su pequeño bolso de mano, comprobó que llevaba todo lo necesario y se fue a la calle.
A nadie le era indiferente cuando pasaba, todo el mundo le miraba, por su aspecto y por su forma elegante y segura de caminar, era una triunfadora.
Llegó al club Magestic, y el portero casi le hizo una reverencia admirando lo que veía sin decir una palabra.
Cruzó el club contoneándose a la vez que se hacía dueña de aquel espacio, y todo el mundo estaba totalmente de acuerdo con ella. Llegó a un pequeño reservado donde le estaba esperando Jack.
Desde que apareció no pudo apartar su mirada de aquel cuerpo de diosa que se movía para él. Solo con verla caminar, sus más primitivos instintos rebullían en sus entrañas, como un volcán en erupción, anticipándose al previsible  final de aquella velada con aquella mujer que le había robado el sueño tantas veces y que por fin estaba allí frente a él. Sería suya.
Se levantó para invitarla muy galantemente a que se sentase a su lado y ella con una sonrisa complaciente accedió.
 Mientras se sentaba, de su pequeño bolso sacó una minúscula pistola y colocándola en el corazón de Jack, no dudo en disparar mientras le daba un beso.
Nadie se percató de lo sucedido, se levantó y se marchó como había llegado pero en su rostro algo había cambiado, estaba en paz. Por fin había vengado a su familia. 

viernes, 8 de marzo de 2013

EGUZKILORE

“EGUZKILORE”

Hacía muchos años que querían volver a su tierra, a ver los hermosos y verdes bosques del norte donde fueron tan felices.
Era muy pequeño cuando su padre por motivos de trabajo tuvo que trasladarse a Sevilla, con la promesa de que algún día volverían a su tierra, pero no fue así.
Hugo, no se acababa de acostumbrar, solo pensaba y recordaba los largos veranos en la casa de sus abuelos donde él y  su hermano Fernando  ayudaban en las huertas, recogían las manzanas para la sidra y las uvas para el txakoli. Cuidaban del ganado, un pequeño rebaño de ovejas latxa, que se encargaban de ordeñar y cuidar, para, con aquella leche, hacer los quesos para el uso familiar. Jamás ha vuelto a probar un queso con aquel sabor tan peculiar.
Cuando la noche caía, se sentaban al amor del fuego  con los abuelos y les contaban maravillosas historias  de duendes, demonios, hadas, y demás habitantes de los frondosos bosques, que ellos escuchaban boquiabiertos llegando a creer que eran historias verdaderas, por el énfasis que el abuelo ponía al contarlas.
Los años fueron pasando y lo que iba a ser una corta estancia, se convirtió en su nuevo hogar. Allí pasaron el final de su infancia, su adolescencia, cursaron sus estudios, conocieron a sus respectivas esposas, en definitiva, allí, en Sevilla formaron sus familias los dos hermanos.
Hugo tenía dos hijos, Rubén y Adrián, que tenían quince y doce años respectivamente, y su hermano Fernando un niño de trece, Héctor, y una hermosa niña de ocho años, Katalin que era igual a su abuela paterna, a la que no llegó a conocer, llevaba su mismo nombre, tenía sus mismos ojos azules tan tranparentes como el cielo y un cabello oscuro y abundante que siempre ataba en una coleta en lo alto de su cabeza. Era la niña mimada por todos, por ser la única niña y la más pequeña. Los cuatro primos se llevaban muy bien, en conjunto, era una familia que vivía en armonía  y se divertían mucho todos juntos.
Este año y después de mucho pelear, consiguieron convencer a sus esposas para pasar  las vacaciones en una casa rural cerca del caserío de sus abuelos. Estaban entusiasmados, se pasaban el día recordando como lo pasaban y contándoles a sus hijos por enésima vez, como era el bosque que atravesaba el río donde vivían las lamias.
Cualquiera que les oyese por primera vez, caía en la trampa de preguntar por esos extraños seres que habitaban aquellos bosques, a lo que Hugo lleno de orgullo contestaba con una historia de cómo él vio una lamia de verdad, en mitad del río, la mujer más hermosa que había visto nunca, que peinaba sus hermosos cabellos largos y rubios con un peine de oro y que una vez en el agua, nadaba y saltaba haciendo piruetas como los delfines.
Su hermano Fernando tres años más pequeño que él, se reía y le desmentía, diciéndole que se lo estaba inventando todo, a lo cual y muy serio Hugo respondía que él la vio y no solo una vez, sino, muchas veces e incluso había nadado con ella en el río y había podido ver sus pies. Entonces se ponía misterioso y contaba que sus pies no eran normales, sino que eran pies de pato.
Cuando llegaba a ese momento la carcajada era general, y Hugo casi enfadado, cambiaba de tema.
El gran día llegaba y ya estaba todo preparado, irían en avión y una vez allí alquilarían dos coches para llegar hasta  la casa rural.
Habían buscado por Internet y las fotos eran realmente espectaculares una casita preciosa, con todas las comodidades y en plena naturaleza, muy cerca del caserío de sus abuelos que estaba en el mismo valle, casi podrían verlo desde sus ventanas. Era perfecto y por fin, pasarían de nuevo un verano como los de su infancia. Podrían enseñarle a su familia su tierra, ese sería un estupendo verano para todos.
Llegaron a mediodía, y fueron directamente a la casa que sería su hogar, pero por el camino, divisaron el caserío de los abuelos y pararon para enseñárselo a sus familias, se bajaron de los coches y se dirigieron hasta la puerta.
Una extraña sensación se apoderó de los dos hermanos, entre excitación, miedo, tristeza, alegría. No sabían explicarlo, ni lo intentaron, pero estar allí frente a la puerta del que fue su hogar hace tantos años, les revolvió por dentro, revivieron de golpe todas aquellas sensaciones, los olores, colores, sonidos ya olvidados, de aquellos lejanos  tiempos.
 Los dos hermanos se abrazaron y mirando fijamente una extraña flor que había en la puerta, un escalofrío les recorrió la espalda, cada uno sintió el escalofrío del otro, lo habían olvidado, no se habían acordado de la flor, inconscientemente, no habían vuelto a recordar aquello, sus mentes lo habían arrinconado en el lugar donde se guardan las cosas que no se deben recordar.
El resto de la familia, no se había dado cuenta de aquello, y observaban atónitos el espectacular paisaje que se veía desde allí. Solo la  pequeña Katalin reparó en la extraña flor que presidía el dintel de la puerta y preguntó por ella.
En ese mismo momento la puerta se abrió y una señora de unos sesenta años apareció por ella con cara de asombro al ver aquella cuadrilla frente a su casa.
Intentó reconocer a alguien, pero no lo consiguió, entonces Hugo se adelantó y le explicó el por qué de aquella inesperada visita.
La mujer les invitó a entrar a lo que rehusaron diciendo que debían seguir caminando, hacia su alojamiento, pero con la promesa de que volverían en unos días. Cuando ya se marchaban. Katalin se dio la vuelta y le preguntó por la flor a la amable señora, la cual respondió que era una “eguzkilore” la flor que protegía la casa de los espíritus malignos que habitaban el bosque, y al ver el gran interrogante en la cara de la niña, siguió la explicación: duendes, hadas, lamias … y al oír ese nombre, todos miraron a Hugo, que disimulando el mal cuerpo que se le había puesto a ver aquella flor, con un gesto, les invitó a subir a los coches.
─Ya os lo había dicho… Subid.
Llegaron a la casa rural, y los dos hermanos no veían el momento de encontrarse a solas para hablar, de lo que había sucedido unas horas antes, y por fin, cuando lo consiguieron, estaban sentados en la puerta de la casa al fresco de la noche.
Ninguno de los dos sabía como comenzar a hablar. Algo les reconcomía, los dos habían tenido una sensación desagradable viendo la flor y se acentuó solo con pensar en entrar a la casa, e incluso la señora tan amable, les daba malas vibraciones, pero no sabían por qué, tenían que averiguarlo.
Al día siguiente, se fueron los dos al bosque, con una animada charla recorrieron el camino directamente hasta el río, como si fuese antaño, sin titubear siquiera cual de los caminos deberían seguir, y allí se encontraron, en mitad del bosque, al lado del río, frente a la roca donde Hugo había visto a su lamia.
Allí se sentaron, mirando fijamente, intentando recordar algo, que realmente no sabían si podrían recordar. Minutos más tarde, sintieron un frío recorrer su espalda, pero en vez de sentirse asustados, fue una sensación agradable, muy agradable, los dos hermanos se miraron y justo frente a ellos, una luz cálida revoloteó. Los dos no salían de su asombro y se miraban tratando de entender. Fue Hugo quien primero habló.
─Hola, abuelo.
La luz respingó, se sentía feliz, de que le hubiese reconocido, y ya no hablaron más, porque ellos dos oían, en su cabeza a su abuelo, que tenía algo muy importante que contarles, tenía que protegerlos a ellos dos y a sus familias. Al preguntar Fernando por la causa, de pronto se vieron en su caserío, en el pasado, al lado de la chimenea, ellos eran dos niños aún y el abuelo contaba historias…
Hugo, no debes ir al bosque a ver a esa hermosa mujer, es una lamia, sé que es difícil de entender, que es muy hermosa, que te diviertes mucho con ella, pero es un ser maligno, y querrá ser la  dueña de tu alma, tienes que alejarte de ella; si se encapricha de ti, te arruinara la vida y te puede hacer mucho daño, ayudada por las demás criaturas de la noche.
Aquí en casa estas a salvo, por las noches, que es cuando esos seres nos pueden atacar, tenemos la flor que nos protege en la puerta, no se acercarán, esos seres temen al sol y esa flor les recuerda a él. Pero de día si te adentras en el bosque, es su territorio y allí no estaréis a salvo de ellos.
Cuando terminó de contar la historia y los dos prometieron no ir más hasta allí, se fueron a la cama. Aquella noche tuvieron sueños muy extraños, y a media noche, se levantaron sin saber porqué y salieron hacia el bosque, extraños ruidos se sentían a su paso por el camino, se oían voces, susurros y risas acalladas entre los arbustos, pero ellos, comos dos almas poseídas seguían su camino hasta el corazón del bosque.
Llegaron por fin y no se dieron cuenta pero detrás de ellos todo un séquito de extrañas criaturas les estaba siguiendo, primero escondidos y después justo detrás, como si se tratase de una manifestación, siguiendo a sus líderes, aunque en este caso eran sus víctimas.
La hermosa lamia estaba sentada en su roca, peinándose y cantando una hermosa canción que era lo que les había llevado hasta allí. Ellos estaban en trance, sin voluntad, dos chiquillos a merced de aquellas diabólicas criaturas.
De pronto, y armando un gran escándalo aparecieron los abuelos, con la flor de la puerta en una mano, y  con una especie de carraca  en la otra, gritando todo lo que podían para hacer el mayor ruido posible, con ellos venían unos vecinos, con los mismos artilugios, con lo que consiguieron que aquellas criaturas malignas se asustasen y se escondiesen en el fondo del bosque, en sus madrigueras. Cogieron a los niños y los llevaron a casa.
El verano había terminado para ellos, al día siguiente sus padres fueron a buscarlos, y sin mediar media palabra se los llevaron de allí entre lloros y lamentos, porque no recordaban nada de lo que había pasado la noche anterior y no comprendían el por qué de aquél súbito cambio en los planes del verano.
Cuando ya se habían marchado un gran cuervo, se acercó hasta la casa y con su enorme y poderoso pico arranco la “eguzkilore” del dintel de la puerta y se la llevó, sin más.
Al llegar la noche, los dos abuelos solos sentados ante la lumbre, se lamentaban de lo sucedido, eran conscientes de que sus queridos nietos no podrían volver allí jamás, donde habían sido tan felices, hasta que  la lamia se encaprichó de ellos, y no lo podían permitir, sería su muerte.
Llamaron a la puerta, fueron a abrir y ante ellos, se encontraba la hermosa mujer con los pies de pato, que con sus hermosos ojos, buscaba a sus presas, seguida por su séquito de criaturas de la noche. Al verla en la puerta, los dos miraron hacia donde debería estar su protección contra aquellos engendros. No estaba, había desaparecido.
Se abalanzaron sobre ellos, apartándolos de la puerta, pasaron por encima de ellos, buscando a los dos niños, subieron a las habitaciones, los establos, las cuadras… No los encontraban; la hermosa mujer, estaba cada vez mas furiosa, sus ojos emitían fuego cada vez que miraba a los abuelos que abrazados el uno al otro se acurrucaban en una de las esquinas de la cocina, con la lamia frente a ellos, interrogándolos, sobre el paradero de sus nietos, La extraña criatura no se resignaba a que se hubiesen burlado de ella por segunda vez, deseaba aquellas presas y las conseguiría pasase lo que pasase.
El ambiente estaba caldeándose por momentos y al ver que no estaban, que no se hallaban escondidos en aquel lugar, su furia aumentó, sus manos estaban crispadas y con un gesto  rápido e imperceptible, cogió dos hermosos peines de oro  con los que peinaba su hermosa melena, y los clavó en los ojos de los ancianos incrustándoselos en la cara, y con otro gesto más rápido aún salió de la casa, dejándolos a merced del resto de abominables criaturas , que los torturaron durante toda la noche.
Al salir el sol desaparecieron, y cuando los vecinos los encontraron, solo hallaron los dos cuerpos de los ancianos destrozados.
Hugo y Fernando  lloraban y llamaban a sus abuelos, la luz revoloteaba entre ellos, intentando calmarlos, intentando que saliesen del trance en el que estaban para poder explicarles lo que pasó realmente y que ellos desconocían.
Despertaron, y entonces comprendieron muchas cosas que no entendían, el por qué de la salida repentina del caserío, primero y el cambio de ciudad después, para nunca volver. No supieron que los abuelos habían muerto hasta mucho tiempo después, para que no relacionasen nada y siempre prevaleció la negativa rotunda de los padres a volver a visitar las tierras donde nacieron.
Pero el abuelo se encargaría de protegerlos, y así lo hizo.
Regresaron a la casa, reunieron a toda la familia, les contaron toda la historia, recogieron todo y se disponían a montarse en los coches, cuando una luz se posó en Katalin, esta asintió y se dirigió hacia un lado de la casa, se agachó y al volver llevaba una “eguzkilore” en  la mano y una enorme sonrisa en su cara; al montar en el coche, miró hacia atrás.
─Gracias, abuela.

ISABEL LEBAIS








lunes, 25 de febrero de 2013

LAS LÁMPARAS MARAVILLOSAS



LAS LÁMPARAS MARAVILLOSAS...

Los preparativos de la boda, les había llevado muchos meses, pero el esfuerzo había merecido la pena, todo salió perfecto la ceremonia, el banquete y la fiesta posterior.
Cuando volvieron del maravilloso viaje, dedicaron los primeros días a ver los regalos de los familiares ya que antes de viajar no les había dado tiempo.
Los regalos los tenían en una habitación y cada uno en su caja, con el nombre de la persona que les había agasajado. María cogió uno de los paquetes más grandes era el de su tía Maruja, la hermana mayor de su madre a la que le tenía un especial cariño, ya que era la que se había encargado de cuidar a su madre, bastante más pequeña que ella, así que casi la consideraba como si fuese su abuela.
Estaba muy emocionada mientras abría el regalo y entre los papeles y antes de descubrirlo, apareció un sobre lleno de dinero. Lo abrieron y María se emocionó ya que sabía lo que le había costado a su tía Maruja ahorrar toda aquella cantidad de dinero para regalárselo a ellos.
 Tenían que agradecérselo de una manera especial, la invitarían a pasar algún día con ellos, ya que aún no había vuelto al pueblo.
Siguieron abriendo el paquete y lo que apareció allí es muy difícil de explicar. Dos lamparitas de mesilla, lo dedujeron por los enchufes que colgaban de ellas, hasta ahí todo normal. Tratar de explicar algo más, es casi imposible, no tenían una forma definida, eran de mil colores y al sacarlas, lo que parecían tulipas normales, dejaron de serlo al descubrirlas enteras. Eran horribles.
Intentaron por todos los medios encontrar palabras para definirlas, pero fue imposible. Carlos no decía nada, por no ofender a María, pero fue ella la primera que lo dijo:
-       Yo quiero mucho a mi tía Maruja, pero… esto no hay donde ponerlo, ¿ Dónde habrá comprado esto? ¡Dí algo! ¿No?.
-       Yo… era por no ofender, pero de verdad cariño, que son horribles.
-       Bueno, nada, se guardan y listo, mañana mismo vamos a comprar unas, que vayan bien con la habitación.
Terminaron de ver el resto de los regalos, y llamaron a su tía para que fuese a comer con ellos el día que ella quisiese.
Compraron unas lamparitas monísimas muy acordes con la habitación y que se integraban perfectamente en la decoración.
Una mañana llamó Maruja, que ese mismo mediodía iba a pasarse por su casa, pero que no se quedarían a comer allí sino que irían a un restaurante cercano.
Tuvieron toda la mañana para recoger y limpiar la casa, recordaron las lámparas que aún estaban en el embalaje y fue Carlos el encargado de colocarlas en las mesillas cambiándolas por las suyas. Desentonaban estrepitosamente en la habitación, siendo lo único que se veía al entrar ya que lograban que se centrase la atención sobre ellas, por lo exagerado de su fealdad. Echó un último vistazo y cerró la puerta de la habitación. Ya estaba todo listo. Maruja ya podía ir a verles.
Llegó la buena mujer, muy emocionada por poder ver la casa de su niña, que era así como llamaba a María y esta, muy orgullosa, le enseñó todos los rincones mostrándole cada detalle, mientras la llevaba del brazo. El dormitorio lo dejó para el final.
Llegaron hasta la puerta y con mucha solemnidad la invitó a pasar para que viese sus lamparitas. Maruja se emocionó al verlas, a ella le encantaban, se acercó para  colocar una de ellas bien, ya que estaba del revés. María le miró a Carlos con una mirada fulminante y este se encogió de hombros. En un alarde de espontaneidad, y como estaba al lado del interruptor, le dijo a su tía.
-       Mire tía, y encendidas son más bonitas aún.
Encendió el interruptor. Las miradas se cruzaron, el ambiente en la habitación se crispó hasta límites insospechados, la tensión se podía cortar con cuchillo y nadie decía nada, nadie se atrevía a decir nada, solo se miraban. Carlos y María querían desaparecer, que la tierra se los tragase.
La luz se había encendido debajo de la cama.